jueves, enero 26, 2006

Sebastián (III)

El día en que descubrió a Marx fue el primero en el que sintió que sus pensamientos estaban acompañados. Llegó hasta él en un artículo publicado por un periódico de un sindicato de jornaleros. Siempre había oído ese nombre desde niño, la gente lo decía casi a escondidas, como si fuera el mismísimo diablo, pero no sabía muy bien quién era. Recuerda aún aquel artículo, sobre todo aquella frase: Los filósofos han interpretado el mundo de varios modos, la cuestión es cambiarlo. Esa dosis de lucidez compartida le animaron a conocer más sobre aquel alemán barbudo y misterioso. Los largos momentos que le permitía su trabajo los pasó durante casi dos años leyendo cada una de las obras del prolífico tedesco. Le costó entender infinidad de párrafos, tuvo que acudir a libros de historia, filosofía, política y economía. Se convirtió en un admirador y defensor de las ideas de Marx. Lo veía como el molde que la historia había utilizado como camino a seguir, era una guía completa de lo ocurrido durante siglos.

El problema era que no tenía a nadie con quién discutir. Las horas pensando en Karl se iban entre otros libros en los que esperaba encontrar más respuestas.

Nadie con quién discutir.

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