Liberaba sus pasiones gritando como si fuera un niño perdido en un bosque cruel. Ellas, las pasiones, nacían en un lugar indeterminado entre el cuello, la parte posterior de la cabeza y la frente, se agitaban como hielo ardiendo en una coctelera y salían despedidas con la fiereza de unos años breves y ausentemente meditados.
Maldecía con la ignorancia del todopoderoso, rencoroso de lo que es incapaz de asumir como propio y resentido por todo aquello que no cambia, persistiendo, incongruentemente, en no introducir cambios.
Vibraba con la sonrisa descarada de un convencimiento absoluto, provocando rumores de complicidad y de rivalidad apabullada.
Lloraba con la misma intensidad que reía, concentrado en un sentimiento caciquista y totalizador, acaparando cualquier argumento en beneficio de un posicionamiento aparentemente racional pero intrínsicamente instintivo.
Y es tan torpe que pensaba que con unos modales adquiridos en una tienda de libros usados podría engañar a la clientela que decidía. Era tan miserablemente torpe que la deseperación le guiaba hasta la humillación, extendiendo alfombras rojas en la lejanía con la futilidad de una minúscula nube solitaria.
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