La lucha desesperada por invocar determinados instintos le conducía a un desajuste cronológico inadmisible: gritaba cuando tenía que susurrar, acariciaba cuando tenía que pegar. La consecuencia siempre era la misma, o similar, la aparición de remordimiento, de un complejo de culpa muy cruel, tanto como la desproporción e inoportunidad de la manifestación de sus instintos.
Y también el de dónde me viene, o incluso mejor de quién.
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