martes, noviembre 29, 2005

Ernesto y Constanza

Ernesto se levanta todo los días con una idea distinta en su cabeza. Tiene esa suerte. Cada mañana su cerebro le regala una opinión, un enfoque. Ernesto no sabía qué hacer con tanta información, pensaba que algún día le saldría por las orejas o por la nariz. Ernesto incluso le había puesto nombre, Constanza. Uno de tantos despertares decidió hacer hueco en su materia gris comenzando a escribir en cuadernos rojos todas las ocurrencias de su inquieta mente. Trascribimos sucintamente:
"Martes, 24 de abril. Constanza me ha llamado a las 6:43, quería avisarme de que necesitaba conocer nombres de árboles. Pero no de cualquier tipo, sino los de la zona macaronésica. Sólo esos. Consecuencia: he tenido que comprar un libro de vegetación canaria para complacerla.
Domingo, 5 de junio. Constanza se ha mostrado bastante inquieta toda la noche, intuía que algo gordo estaba fraguando. No me equivoqué. Esta vez se trataba de la cultura azteca. Necesiaba imperiosamente aprender nauatl. Saqué un billete para DF y compré una gramática y un diccionario.
Lunes, 22 de noviembre. El maravilloso mundo de la legislación educativa soviética. ¿Cómo se organizaba un estado para evitar las diferencias sociales?"
Pero un día lluvioso llegó la sorpresa que Ernesto deseaba y temía. Constanza le abandonó. Una mañana no ocurrió lo esperado. Nada, la nada nadera más absoluta. Nervioso y aliviado relexionó. ¿Tendría sentido su vida a partir de ese momento? Supo con una certeza infalible que no.

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