sábado, diciembre 31, 2005

Fogonazos

Mis fogonazos se presentan sin avisar. No dicen nada, ni siquiera susurran, simplemente llegan deslumbrando todo el interior de mi cabeza. El resplandor no sale por las orejas, menos mal, pero si lo hace por los dedos, la boca y la mirada, aunque menos veces de las que sería saludable para sus envestidas. Aparecen como visitas no esperadas y siempre anheladas por beneficiar de un placer que no tiene límites y que reconstruye tu interior y lo reconcilia con la desidia que te tiene atontado por decreto. Los fogonazos son los instintos que renacen y que te recuerdan qué eres y dónde estás, que te marcan la senda que tienes que seguir para llegar a un lugar que no tienes ni idea de qué es. Son la luz en un mundo de apatías propias adquiridas, alentadas y autoensalzadas.

NO. No quisiera perderlos, quiero quedarme ciego de ideas.

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