miércoles, diciembre 21, 2005

La noche de Taras

Taras notó que tenía abierto los ojos, aunque seguía durmiendo o eso creía. Tomó conciencia de su particular noche. Los resquicios de claridad comenzaban a cortar la oscuridad que había odiado durante horas de intensa frustración, cambios de postura y sudor. Esas noches siempre comenzaban bien, se acostaba tranquilo pensando en lo que había hecho durante todo el día. Si había salido con la bicicleta se encaminaba aún más tranquilo al dormitorio, casi ni pensaba que pudiera sucumbir la gran catástrofe, pero estallaba. En una hora incierta algo decidía que ya había dormido lo suficiente, su ritmo se aceleraba desde una placidez abrumadora hasta alcanzar un ingobernable desenfreno. Lo intentaba con verdadera dedicación, contaba, leía, gritaba en susurros, era imposible. Buscaba razones para su parálisis y siempre las encontraba en algún pensamiento enconado y desquiciantemente persistente, implacable. Un comentario, un desprecio o un recuerdo estaban entre los candidatos predilectos como flamantes ejecutores, no había antídotos, solamente que los resquicios se convirtieran en cañones.

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