Existen muchos colmos, infinidad de ellos. La lista es tan prolífica y me llevaría a realizar un ejercicio de recuento tan otiginal como introducción para esta pequeña coquina que desisto de intentarlo. Prefiero centrarme en uno de ellos que ayer mismo ví en una enorme tienda de productos varios regentada por ciudadanos oriundos de algún país asitático. El colmo al que me refiero se hallaba repartido en pequeñas bolsas enrejadas, tiradas casi a ras de suelo. Se trataba de montones de piedras que se vendían al módico precio de un euro, o dos, y que estaban perfectamente pulidas, brillantes y perfectas, último detalle arrebatador para colocar sobre alguna bandeja de plata, o de su apariencia, o en recipientes de cristal, siempre sobre alguna mesa o algún mueble de diseño.
¿Por qué es un colmo? Porque es como empaquetar el aire y venderlo, cosa que creo ya hacen. Es la materialización de la lejanía de nuestros orígenes, el de dónde venimos y al que se llega sólo con caminar un poco. Es el traslado de esa fascistización tan agobiante a cualquier ámbito de nuestra existencia, es la apropiación última, la prostitución de la naturaleza de la manera más burda y más estúpida, y que como la propia naturaleza, no tiene reparos.
viernes, septiembre 22, 2006
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1 comentario:
Lo malo de lo que cuentas es que no me extraña que se vendan piedrecitas empaquetadas para decorar nuestros salones. Cada vez es más raro eso de acercarnos a la naturaleza, eso de caminar lentamente por los senderos de otoño que se inicia. Los niños hoy día son urbanos y viven en palacios de cristal líquido donde juegan a aventuras que creen emocionantes. El mundo natural cada vez está más lejos y además anda desbocado con eso del cambio climático y nadie parece preocuparse demasiado por ello.
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