domingo, octubre 08, 2006

De la lectura

Leer un libro malo, a sabiendas, es lo más parecido a tomar café con sal para vomitar, una experiencia a veces necesaria pero inmensamente desagradable. Hay autores que consiguen suscitarme dicha ambivalencia, una atracción desmesurada por el tema, un argumento en apariencia fértil, un discurso prometedor, pero que, desgraciadamente para mí (aún sigo pensando que dejar un libro es casi un pecado aunque los hechos me conduzcan a ello con mayor asiduidad), durante unos días trago sin resuello esos sorbos amargos que me llevarán, con certeza, a ninguna parte. Y lo peor son las estanterías, repletas de restos de eucalipto, haya, roble, que me gritan deseperadas pidiendo un poco de aire fresco, reclamando una inspiración honda que les permita subsistir hasta que lleguen otros ojos y, quizá, otro cerebro, que les vuelva a otorgar la vida efímera de dos días a cuatro meses intermitentes e infieles. La cuestión de dejar los libros sin terminar me ha atormentado y lo sigue haciendo aún hoy. Forma parte de esa educación, de esos valores que te enseñan que lo que se empieza debe terminarse

1 comentario:

Joselu dijo...

Es un buen valor que hay que transmitir. Lo que se empieza, ha de acabarse... Pero a veces es imposible y hay que darse un tiempo. Hay novelas que se me atragantan, aun siendo estimables. He de esperar un tiempo, unos meses para acabarlas. Luego las concluyo con facilidad, pero en el primer momento había sido inalcanzable.