viernes, octubre 27, 2006

Electro-radio

Era la única persona que conocía que aún oía música en cintas de casette. Y eso que tenía internet, mp3, cds, emule..., pero conservaba todavía aquellas cintas como si fueran la última edición de Rayuela que hubiera conseguido para su colección. Las tenía perfectamente alineadas en una estantería junto al ordenador, desafiantes e inocentes, apuntado a la pantalla con la soberbia del que siente que aún es joven. Con los Notting Hillbillies de contraste recordó el día en que compró un paquete de cinco cintas con todo lo de Phill Collins, un dispendio para su quince años en una tienda que hoy no existe y en la que han puesto un cuchitril que pretende ser un bar. Las compró porque le gustaron las fotos de las portadas, primeros planos sobre fondo negro con la cara semiviruélica de Collins. Casi nunca las escuchó, se limitaba a tenerlas bien expuestas en su asfixiante dormitorio-trastero y a buscar sólo aquellas canciones que le sonaban, aquellas que alguna vez hubiera oído en los cuarenta o cuyo título le sugería algo legendario e importante. Quizá porque estaba acostumbrado a oír a su padre hablando de la buena música que se hacía cuando él era joven y no la bazofia que lo inundaba todo en los noventa.

Después subía a casa con una bolsita pequeña con el logotipo de la tienda, las abría, las observaba nerviosamente, pero no con esos nervios que denotan ansiedad por el conocimiento, sino de aquellos definidos por la impaciencia de irse a ver la televisión y no sentir, por mera estupidez, como el tiempo afilaba su espada para asentarse en su cerviz más suculenta.

1 comentario:

Joselu dijo...

Es un relato extraño, pero rico en sugerencias porque parece que el tema en definitiva es el tiempo, ese escultor terrible que nos va moldeando. Lo he leído varias veces y de la impresión de que las cintas se convierten en una especie de símbolo de algo que fue y que se desea conservar sin dejar de sentir la sensación del tiempo que pasa. Es hermoso aunque algo críptico.