Cuando la mentira satisface más que la verdad, ése y no otro es el momento en el que nos convertimos en todo lo que nunca quisimos ser. La mentira es económica, gasta poco y no contamina, no deja huellas, pero produce unos efectos secundarios nefastos para el que no está vacunado de espantos. La verdad es siempre revolucionaria, decía Vladimir Ilich, lo gritaba desde su perilla de resentido zarista, desde su rostro concebido para el embalsamiento, en lo que no había reparado es en que nadie quiere la revolución.
Nadie me cree cuando digo que el cuerpo de Lenin está todavía en perfectas condiciones en cuanto a su apariencia, tampoco creen que el hombre construyera las pirámides o llegara caminando al polo sur. Sin embargo, no dudan de que en su móvil de última generación aparezca la foto del compañero de clase riéndose de lo tonto que es.
Lenin pensará que estamos en una nueva NEP que durará siete siglos, por lo menos.
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