Puede que esa pulsión redentora, de guiños totalitarios, sea una forma de equilibrar los efectos colaterales de un orden injusto. Es decir, que ese humanismo/humanitarismo tan meridional trate de apaciguar energías creadoras y destructivas en una suerte de carrusel que nunca tiene fin.
Quizá no estemos tan acabados y la propia naturaleza se está peleando en su propio monólogo.
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