martes, enero 26, 2010

Sobre la lectura

Quizá una de las cosas a las que uno ya se ha resignado es al hecho de saber con plena certeza que jamás podrá leer todo lo que pretende. Una vez asumida dicha verdad absoluta, la cuestión estriba en intentar solucionar el nuevo problema, a saber, cómo puedo hacer para leer lo máximo posible y sin equivocarme, es decir, sin seguir vías muertas o hipotéticos atajos.

Confieso que he intentado la compatibilización, sí, la lectura cumtempus de disciplinas totalmente distintas, por ejemplo, un libro de historia, una novela y un libro de viajes. Este método a veces resulta, pero en la mayoría de las ocasiones hay un libro que ejerce una especie de atracción gravitatoria que ha ido progresivamente anulando a los otros dos (más de tres se me antoja un tanto exagerado), por lo que los tristemente rechazados acaban siendo relegados a la estantería de los inconclusos, un rincón que, debo admitir, su mera existencia me desagrada en demasía. Un desagrado que hunde sus raíces en la creencia o prejuicio que defiende que hay que terminar el libro. Disiento profundamente, no hay tiempo.

Otro método que también he intentado es el agotamiento. Sí, coger a un autor que te ha gustado mucho, muchísimo y hartarte de él. A favor, el placer de la lectura continuada de los que puedes considerar mejores, en contra, un posible empacho transitorio, que el escritor tenga poco escrito o se haya muerto, o bien que tenga mucho escrito y en algunos de sus períodos flojee.

Se lea por donde se lea, es un problema que no tiene solución, al menos hasta que patenten algún tipo de injerto cerebral. No, por favor.

Otro día hablaremos de los pesares, de las horas perdidas, sobre todo en la juventud, sin querer si quiera olerlos.

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