Nada, como siempre, a contracorriente, siguiendo una utópica idea acerca de las relaciones sociales. Se pregunta sobre el origen de tal convencimiento y siempre traslada sus conclusiones a una infancia excesivamente protegida y a un ánimo que algunos calificarían de pusilánime.
Pero él va más allá y se ha construido todo un encofrado de excusas y justificaciones que le confieren una visión altanera que deprecia por sistema cualquier afección del instinto con la que sus iguales le pudieran atizar.
Nunca ha admitido las jerarquías de lo humano porque siempre las ha considerado demasiado pueriles, un juego intrascedente que siempre ha observado desde su atalaya. Ésa a la que pretende mudarse un día de estos, entre Cuenca, Teruel y Soria, quizá Huesca, pensando, el iluso, que allí no encontrará esos arranques.
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