jueves, marzo 25, 2010
Nieva en Buenos Aires
La nieve caía lentamente, se posaba con parsimonia en los tejados, se deslizaba sobre los coches y las aceras, huía del asfalto. Con el paso de las horas, la llegada de la oscuridad hizo que ganara terreno y lugares donde posarse. Amaneció un Buenos Aires nevado, una 9 de julio blanca y tan radiante como el sol de la bandera. Los hombres y las mujeres, los niños y las niñas, todas las personas también, salieron a tirarse bolas de nieve, a jugar con trineos y a hacer enormes muñecos. El mate parecía estar fuera de lugar entre tanto frío, pero los porteños le encontraron nuevas propiedades vitales. Todos los informativos hablaban de la evolución del frente antártico que había logrado sortear la inmensidad patagónica y burlar la implacable monotonía pampeana, para arrivar al Río de la Plata. El país entero contempló las placas de hielo del Tigre, el entrenamiento de River sobre una alfombra blanca, las trincheras de la plaza de Mayo y aquel camión que era un quitanieves abriéndose paso en Corrientes. Era el mes de julio y Mario lo seguía todo por internet. A pesar de no ser argentino, de ni tan si quiera haber viajado en su vida a aquel país, tenía una enorme curiosidad por este acontecimiento. Aquel verano leía Los premios buscando ese toque de Rayuela, después siguió con Bolaño, que aunque no era argentino era chileno-mexicano y hablaba de muchos escritores argentinos y le introducía plenamente en esa especie de ambiente o de ambigüedad, o de categoría o de privilegio en el que le gustaría permanecer. Su abuelo había estado allí de joven, siendo más joven de lo que él lo era ahora. Volvió más pobre que se fue. Mario nunca le conoció, murió antes de que naciera, aun así, un cierto halo transitorio entre el espíritu de réplica y la desconfianza, habían forjado en su familia una idea sobre la Argentina como de paraíso que algún día habría de recuperar, aunque estrictamente nunca lo hubieran poseído.
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