sábado, noviembre 10, 2012

En busca del tiempo perdido (I)

Vuelve, cada vez que va a la biblioteca infantil, a esconderse en el pasillo de los libros que le faltaron por leer entonces. Las pastas blancas y duras, las mismas que miraba absorto con diez años, siguen en el mismo sitio, pero cobran un significado nuevo, aunque sigue siendo el mismo. Repasa los títulos y comprueba, satisfecho, que ya ha incorporado muchos, pero no puede evitar una gigantesca tristeza del enorme tiempo perdido. Es cuando la úlcera primigenia, la enfermedad incipiente, cobra súbita memoria: horas de televisión, madrugadas de sábado, mañanas de verano, tardes de universidad, los que pasaron y debieron ser y los que se quedaron y no debieron ser jamás, jamás. Acaricia a Wells, Verne, Doyle, Dickens..., puede que sea demasiado tarde.

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