Encerrado durante una tarde luminosa que no disfrutaba desde el muro que se veía desde su habitación, pensaba en qué estaría haciendo en ese momento de no seguir con lo obligado. Iría a saltar por el bosque, a que me diera el sol en la cara, a leer un libro al parque, uno de de esos profundos, pasearía por la playa, correría hasta la orilla y tocaría el agua, siempre más salada en primavera.
Pero no podía, o no quería. Veía el reflejo de una tarde llena de vitalidad en la pintura corrompida por la intemperie, la única luz era del flexo. La playa y el bosque, los folios que tenía sobre la mesa. Pensaba y pensaba, sufría, pensaba en otras personas, amigos, desconocidos. Seguía pensando y a veces se levantaba.
En aquellos ratos tenía muchas ideas, le inundaban la cabeza insistentes, plomizas, desesperantes. Le gustaba mucho que le visitaran, se reconfortaba, estaba convencido de que algún día las llevaría a la práctica. Eran tan nítidas y perfectas que serían infalibles.
Volvía al folio.
lunes, febrero 13, 2006
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