miércoles, abril 21, 2010
Dublín
Un lugar llamado Irlanda puede ser la cuna de una visión del mundo que arranque de la literatura. Uno camina por las calles de un Dublín frío y húmedo y no siente dos opciones más que ir a casa a leer, y ya se sabe que del mucho leer deviene el efecto secundario de escribir, o meterse en un pub a atiborrarse de pintas, de guinnes o de ostras, con lo que de nuevo estarás inmerso en el universo literario. Oír, ver, sentir la música, el taconeo del ritmo del violín. Lo celta tiene el atractivo de la libertad, de ese contacto puro con la naturaleza, esa niebla que parece esconder misterios y respuestas, y, cuando ese sustrato se conjuga con otras culturas, influencias o imposiciones, aparece un Joyce que promete ser un nuevo templo sagrado.
¿De verdad que habrá que leer a los clásicos, a las cumbres, sin tenerles tanto respeto?
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