sábado, abril 17, 2010

Joseph


Las ramas de un abedul golpeaban con fuerza la ventana de su habitación. Imaginaba que podían ser las tres o las cuatro de la madrugada, se había costado sin sueño, sin convencimiento y con demasiado vodka en soledad. Aquello era un contratiempo que no esperaba, una decisión lógica pero cometida en un momento poco propicio. Manoseaba una y otra vez sus argumentos, los confrontaba con la madrugada anterior, con las reuniones, con el mapa de Europa, con los golpes en la puerta de su habitación de Moscú que bien podrían haber sido de abedul, y no alcanzaba a ubicarse en la atalaya de costumbre. El regusto del alcohol comenzaba a recordarle la severidad de la resaca futura. Se levantó a beber agua y vio cómo el día empezaba a llegar. Sin nubes, la aurora se filtraba entre los árboles ahuyentando las sombras de la dacha. Hoy vendrán a detenerme, nunca me fié de Molotov, con esa eterna disposición al entendimiento, con ese acusado interés por conseguir la homogeneidad, hubiera sido un excelente ayudante de León. Cogió el libro de Miller y lo abrió. ¿Cómo podía quedarse con los libros de una biblioteca pública?

No hay comentarios: